viernes, 11 de octubre de 2019

Albur

No es casualidad que una tarde de otoño estival se convierta en una noche fresca de lluvia casual. Ha sido 'Día de Lluvia en Nueva York' y ha sucedido en nada más que 92 minutos.
Cintas que invitan a reflexionar, sobre como un final previsible no aventura una historia previsible, nunca lo creí, por eso persigo un sueño que conozco bien. También se puede en 92 minutos albergar dudas y melancolía, puedes sentarte a ver tu vida pasar mientras comes palomitas y suena "The way you look tonight" en un reloj que marca las 6. ¡Qué a tiempo señor Allen! Pero los créditos aparecen, se encienden las luces y me regalas un mensaje millones de veces repetido, millones de veces apreciado, millones de veces reutilizado para deleite de cualquiera, y todo para hacer recordar al corazón que una promesa lanzada mil veces al infinito es una promesa sin fin ... Y llueve y llueve sin haberlo imaginado, y llueve sin si quiera haberlo deseado. A veces recibimos sin haber reclamado y tiene que venir el cielo a recordarnos que es justo, que es bueno y que si lo sabemos apreciar, es un regalo... Otro a tiempo, otra mano que aparece para sujetar mi brazo cuando el vacío se presenta más apetecible. Dicen que lo mejor está por llegar, pero si estás hecho de melancolía solo sabrás que cualquier tiempo pasado fue mejor, que si te envuelves en ella corres el riesgo de no ver las luces del presente y con ellas abrirte paso al futuro. Por hoy, ¿qué más da? Woody ha vuelto a colmarnos de humor y dulzura, ha regresado a incentivar nuestro afán por entrar a vivir en la pantalla y quedarnos en ¿Nueva York? para siempre o solo para pasear. Y has vuelto a mirarme desde dentro, y me has visto como siempre, sentada en un rincón reclamando tu mirada. Has advertido la urgencia y la necesidad, "esta esperanza que come panes desesperados". Noches de melancolía y piano bar, noches de blog o noches de azar, hoy nada de eso importa, el mundo es nuestro ¿quién lo duda?




Hablen, tiene tres minutos

De vuelta del paseo
donde junté una florecita para tenerte
entre mis dedos un momento,
y bebí una botellas de Beaujolais,
para bajar al pozo donde bailaba un oso luna,
en la penumbra dorada de la lámpara
cuelgo mi piel y sé que estaré solo en la ciudad
más poblada del mundo.


Excusarás este balance histérico,
entre fuga a la rata y queja de morfina,
teniendo en cuenta que hace frío,
llueve sobre mi taza de café,
y en cada medialuna
la humedad alisa sus patitas de esponja.


Máxime sabiendo que pienso en ti obstinadamente,
como una ciega máquina, como la cifra que repite
interminablemente el gongo de la fiebre
el loco que cobija su paloma en la mano,
acariciándola hora a hora
hasta mezclar los dedos y las plumas
en una sola miga de ternura.


Creo que sospecharás esto que ocurre,
como yo te presiento a la distancia en tu ciudad,
volviendo del paseo donde quizá juntases
la misma florecita, un poco por botánica,
un poco porque aquí,
porque es preciso
que no estemos tan solos,
que nos demos un pétalo,
aunque sea un pasito, una pelusa.

JULIO CORTÁZAR

*Pintura de Jeremy Mann, New York

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