domingo, 22 de septiembre de 2019

Epítima

"En llamas, en otoños incendiados, arde a veces mi corazón puro y solo"
Si hay algo que empuja al alma a comenzar de nuevo es el otoño, uno cualquiera, por ejemplo este. Me descubro ante sus encantos y me postro, como las hojas, ante él.
Debe ser el esperado final abrupto de las oleadas de grados en el paladar o quizás el viento perturbador que de un momento a otro se lo lleva todo... todo. ¿Cómo no adorar el oro? ocres y amarillos por doquier, se levante el día o se acueste la tarde. Retozar en el tiempo que se acorta del teléfono y se añade a mi reloj. Vivir en las sombras, disfrutando de esa luz. Sentenciar a muerte el brillo de sudor que baña a cada figurante. Vuelven del destierro los días blancos, grises lo llaman los fanáticos del placer estival, ¿qué sabrán ellos? este rincón de condimentos no se hizo un mes de julio y nunca le sentó bien las confesiones de agosto. Bienvenidos los grises a este pequeño mundo que ansía charcos, estruendos ensordecedores, cielos rotos, noches partidas por la mitad. Sean bien recibidos aquellos que se condenaron al exilio ante un espejo cuando se alargaron los días.
Se encienden las velas y se estiran las sombras en una conversación de encuadernación gastada y cojín deforme. Es agotador leerse año tras año, repetir mantras, filias y fobias, desgastar a Cortázar en un intento desesperado por merecer su presencia bajo mis líneas; es desesperante invocar a Magritte una y otra vez aportando surrealismo a tanta insana realidad. Es abrumador -si-  pero no hoy, no ahora, a unas horas de una nueva oportunidad aceptemos el incendio... rentrée, decían. 



En la bóveda de la tarde cada pájaro es un punto del recuerdo. Asombra a veces que el fervor del tiempo vuelva, sin cuerpo vuelva, ya sin motivo vuelva; que la belleza, tan breve en su violento amor nos guarde un eco en el descenso de la noche. Y así, qué más que estarse con los brazos caídos, el corazón amontonado y ese sabor de polvo que fue rosa o camino. El vuelo excede el ala. Sin humildad, saber que esto que resta fue ganado a la sombra por obra de silencio; que la rama en la mano, que la lágrima oscura son heredad, el hombre con su historia, la lámpara que alumbra.
JULIO CORTÁZAR

* Pintura de Rene Magritte, "El incendio", 1943

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