domingo, 11 de febrero de 2018

Eléctricos

Existe entre todas las fuerzas de la naturaleza una irresistible atracción hacia aquello que nos es negado por las circunstancias. Me confieso culpable de todos los cargos a sabiendas de que por mucho agachar la cabeza nada ni nadie pueden hacerme retroceder ante las evidencias.
Un cóctel de alcohol, lectura y risas, abrazos, sexo y confesiones... en ese orden y también al revés, porque el orden de los factores no altera el producto: pura electricidad.
Una intimidad por horas, un contrato sin firmar. Un descubrimiento tras otro a los ojos de dos niños que han aparcado las obligaciones, el pudor y el mañana bajo la ventana.
Después, tras el estudio milimétrico de cada milímetro de su piel, con el sabor de boca hecho de delirio,  desciendo de los cielos para recoger... la envoltura del papel es inmensa, un regalo a tiempo, que no se dónde guardaré.
Con la despedida sobre la mesa y los minutos de un reloj devastador llegando a la hora convenida, un leve contacto y una descarga entre los dos, el chispazo que es la antesala de una auténtica explosión. Un aviso, solo el primero.



"Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
—de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso—;
entonces,

si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando —luego— callas...
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta)"
ÁNGEL GONZÁLEZ

* Pintura de Gustav Klimt, Serpientes de agua, 1907.

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