A penas dieron las doce
en el reloj de pared cuando los ojos se le cerraron, el libro cayó al suelo y
se le abrió la boca suspirando fuerte por el cansancio del día. En la chimenea
tintineaban suavemente las últimas llamas, haciéndose más pequeñas, y con cada
último chisporroteo brotaron tres figuras que se hicieron presentes en la
estancia. Un calor repentino encendió sus mejillas, recuperando la compostura
abrió los ojos y se limpió la boca con el brazo. Un grito ahogado brotó de sus
propias entrañas, pero nadie pudo oírlo, el fuego se paralizó y las figuras se
aproximaron al butacón donde permanecía rígido para hablarle, entonces dio un paso
adelante la primera de ellas:
- - Soy el fantasma del pasado y he venido a
recordarte cómo era todo antes de que te convirtieras en escritor, sin
pesadillas, sin sueños recurrentes, sin preocupaciones, solo un joven cargado
de ilusiones, sin pluma ni papel.
Intentó hablar,
suspirando con la mano levantada hacia la figura sin poder emitir ni una sola palabra.
Queriendo explicarse, intentando participar de la visión sin saber muy bien qué
decir. Fue entonces cuando la segunda figura se aproximó superando a la primera
y le dijo así:
- - Soy el fantasma del presente y quiero
mostrarte en qué te has convertido, un fracaso con una gran ambición, tus
estanterías están vacías, tus bolsillos del revés, nadie llama a tu puerta y el
que fuera tu mayor sueño se ha convertido en el altavoz de tu soledad.
Sintiendo que algo le
estallaba en el pecho se retorció en el butacón con los ojos más abiertos que
nunca, con las pupilas dilatadas por el terror que solo puede patrocinar la
verdad. No intentó hablar esta vez, la tercera figura se aproximaba y sentaba a
su lado cuando comenzó a relatar:
- - Soy el fantasma del futuro, veo placas
conmemorativas sin grabar, sin un nombre, libros sin autor y ríos de tinta
fluyendo hacia el más absoluto vacío, ya ni si quieras estás en esta visión, ya
nadie recuerda al escritor.
Como un vendaval los
tres fantasmas se fundieron en un torbellino que arrasó con todos los papeles
tendidos en el escritorio, con todo el polvo y la tierra del piso, las llamas
se estremecieron de nuevo cobrando vida y la luz se hizo de repente en la
estancia. Se incorporó del butacón, respirando fuerte hasta retomar el aliento,
corrió hacia el escritorio, cogió una única cuartilla y con las manos temblorosas
emborronándolo todo escribió:
“Cuento de Navidad, por
Charles Dickens”
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