domingo, 10 de diciembre de 2017

Intersección

No dejan de sorprenderme las cosas más sencillas.
Encuentro un extraño placer en desgranar segundo a segundo la seguridad de estar viva. Me lo dice el dolor, el color de las mejillas, la sed, la ansiedad y el sueño.
Piezas inequívocas de una existencia desordenada y tremendamente justa.
Supongo que no vine aquí para esto, pero en lo inesperado hago mi castillo y vivo dentro de sus muros ansiando lo que hay afuera.
¿No hacemos eso todos?

No es poca cosa la imaginación...

Sentada en los muros de mi castillo a penas parpadeo y rápidamente se presenta ante mi una imagen, soy yo, en mitad de la nada, de pie sobre un montón de tierra espoleada por el viento, a penas logro ver su figura completa pero si advierto la postura, está de pie con los brazos en cruz y los ojos cerrados, eludiendo por un momento lo que ha de pasar después. De repente, dos manos a cada lado de su cuerpo, cuatro manos exentas de una figura reconocible, sujetando fuerte cada uno de sus brazos, comienzan a tirar intentado ganar terreno con su cuerpo hacia su lado, ¡me van a destrozar! me van a romper...

Un grito ahogado y parpadeo de nuevo, desaparece esa visión, ahora solo el ordenador y el café, el día blanco que se adivina en el cristal, un vendaval que trae tierra y un silbido famélico en el aire. Nada más. Me palpo los brazos, no me duelen, pero ya nada está en su sitio.

Yo no vine aquí para esto, pero es inesperado y sutil el tiempo que corre distinto cada día, estimulado por los hechos, cambiante a merced de los deseos.

Baja de los muros del castillo por unas horas, Ohara, a ver qué pasa.


(...) He vivido los blancos de la vida,
sus equivocaciones, sus olvidos, su
torpeza incesante y recuerdo su
misterio brutal, y el tentáculo
suyo acariciarme el vientre y las nalgas y los pies
frenéticos de huida.
He vivido su tentación, y he vivido el pecado
del que nadie cabe nunca nos absuelva.
LEOPOLDO MARIA PANERO 



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