Es ahora que vuelvo a sumergir mis pies en
tus aguas, cuando recuerdo con infinita claridad y una punzada de dolor aquello
que nos prometimos, aquel día de agosto contrariado, a escondidas en la
madrugada, con el viento, el gris y las piedras entre los dedos de los pies. Es
probable que recuerdes bien el camino, tú me lo enseñaste, y que no hayas
olvidado mi pelo revuelto, como mis ganas. Es probable que, cerrando brevemente
los ojos, veas mi miedo y un par de lágrimas escaparse con sorprendente
rapidez. Era el principio de todo pues no recuerdo nada anterior a aquel
momento. El nacimiento de algo más grande que nosotros… “qué vanidad imaginar que puedo darte todo”, releo a Julio y lo
entiendo bien. Lo hicimos, nos dimos todo como en el bolero de Cortázar y
después “ya no te amo mi amor”.
Qué sentido tenían las ganas de luchar por
aquello entonces. Mi inocencia y tu ilusión
prometieron pelear de la mano, esquivar los golpes como esquivábamos las
ramas del suelo en esa playa solitaria, para nosotros increíblemente lejos del
mar.
Para siempre es mucho tiempo, pensé, pero
ahora, sumergiendo mis pies en tus aguas por enésima vez me doy cuenta de que
nunca he estado más de acuerdo con esa medida de la vida… a la vuelta de los
años, imaginando el lugar donde nuestros ´para siempre´ se convirtieron en un
dogma, porque pese a todos los veranos lejos de aquella orilla sigo teniendo fe
y vanidad, sigo creyendo en nosotros para siempre.
Me gusta mucho
ResponderEliminar¡Muchas gracias Tomás!
ResponderEliminarGuay
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