miércoles, 8 de febrero de 2017

El otro amor

Ya está aquí, reconozco el sonido de su coche en la puerta del hotel. Los nervios me comen por dentro, me alegro de no haber comido demasiado en el camino, seguramente vomitaría sobre el cuadro que está en la pared coronando la cama. La habitación es sublime pero ese paisaje me genera desasosiego por la cantidad de colores que atesora.
Me asomo a la ventana, ya no está, habrá llegado a la recepción. En cinco minutos estará delante de mí, sofocado por el día que lleva y con esa ansiedad...
Voy al baño de dos saltos y me miro en el espejo por enésima vez. El pelo a medio peinar, como a él le gusta, los labios ligeramente pintados, sutil rubor en las mejillas y los ojos negros, grandes, perfilados hasta la extenuación.
Me ajusto la blusa todo lo que puedo, sujeta a la cintura por dos finas cuerdas que piden a gritos separarse. Recuerdo que siempre me dice lo bien que me quedan estos pantalones y sonrío.
Me bajo de los tacones, ¿estoy relajada no?, no necesito tanta compostura.
Enciendo un cigarro en la ventana, las vistas me desarman y ahora entiendo a la perfección qué enamoró a Woody Allen en cada rincón de esta ciudad.
Pienso en quitar ese cuadro cuanto antes, no lo soporto.
Suena la puerta, destrozo el filtro contra el alfeizar, suena la puerta tímidamente, más tímidamente que nunca. Proyecto en un segundo las palabras que debo articular: ¿qué tal el viaje, muy cansado? o ¡cómo me alegro de que estés aquí!, ¿había un tráfico horrible verdad? no se... quizá con un "hola" bastará.
Abro la puerta, ahí está, sonriente, con el pelo revuelto por el temporal y la maleta de una noche en la mano.
- Solo tenemos unas horas, pasa y bésame.


 

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