domingo, 16 de febrero de 2014

Cerveza en la nevera


Hola cariño:
Ya sabes que me iba hoy para llegar a mi reunión de las seis a Madrid. Supongo que llegarás tarde y como esta mañana te has ido tan temprano no nos hemos despedido. Te dejo esta nota en la nevera porque sé que será el primer lugar que visites cuando llegues. Sí, hay cerveza fría. Sólo un par de indicaciones: tiende la ropa cuando acabe la lavadora, ya sabes que tienes la manía de hacerlo al día siguiente y odio cómo quedan los pantalones. Te lo digo miles de veces y no me haces caso. ¿Te acuerdas de aquel día que te lo avisé y asentiste con la cabeza como si la cosa no fuera contigo?, concretando, ¿el día de aquella reunión tan importante para mí? Fui con los pantalones hechos un trapo y no me digas por qué pero creo que eso me dio mala suerte. Yo siempre estoy pendiente de las cosas que te importan, ya ves, hay cerveza fría en la nevera. Dice tu madre que eres así de despistado por naturaleza, pero no es verdad, porque cuando ella te encarga algo siempre lo tienes a tiempo. No me malinterpretes, al menos adoro que seas así con alguien.
Odio esa forma natural de acomodarte a mis exigencias hasta el punto de no tenerlas en cuenta. Y odio cuando dices que vas a hacer algo y no lo haces. Recuerdo el primer año de novios, me dijiste que iríamos a París a celebrar tu nuevo trabajo y disfrutar por unos días de algo de tiempo a solas, han pasado tres años y aún no entiendo como el único tiempo de ocio para ti se basa en ver el fútbol con tus amigos o recolocar esa colección de fotografías tan horribles que guardas en el desván. Supongo que el acomodo no te deja ver lo que necesito, o que es tu “forma natural de despiste”. La culpa es mía. Las mujeres tendemos a echarnos la culpa de cosas a las que no encontramos explicación y finalmente darles una explicación completamente superficial para justificar vuestras carencias y, de paso, sentirnos un poco mejor. El primer día que me besaste supe que todo iría bien, ¿recuerdas? en aquel banco debajo de casa de mis padres. Pensé que nunca te atreverías a hacerlo, al día siguiente prometiste llamarme pero tardaste cuatro días con sus cuatro interminables noches. Siempre pensé que eso era típico de las mujeres y que lo hacíamos para marcar la distancia y tener controlada la situación desde el principio. No me había dado cuenta hasta hoy del poco valor que das a las cosas que importan. Que me importan. ¿Te importo yo? Porque me entristece pensar que serías capaz de hacerme una foto y colocarla junto a aquella colección dando por hecho que eso es lo mejor que te podría pasar. Al fin y al cabo conservas alguna de tu ex novia, y en el fondo no me importa porque me gusta pensar que forma parte de esas cosas horribles que te gusta colgar en la pared.
No recuerdo cual era la otra indicación que quería darte. A lo mejor me he extendido un poco. Da igual, supongo que llegarás cansado y no leerás la mitad de las cosas que te he escrito. Leerás “cerveza” y te saltarás las indicaciones de la lavadora porque tienes una facilidad pasmosa para desconectar cuando algo no te cuadra.
Esto es una locura, pero ¿sabes que estoy pensando ahora mismo? Me rompiste el corazón el día que no quisiste besarme delante de nuestros amigos. Cuando estábamos en aquel restaurante y en un momento me acerqué a tu cara y la apartaste como si todo aquello te pareciera un error, como si te incomodara casi tanto como a mí mis pantalones arrugados. Ese día se rompió algo en mi interior que servía de engranaje para los dos. Después de ese instante nuestro reloj ya sólo marcaba las horas impares y entonces empezamos a perdernos la mitad de las cosas buenas, de las que hacen falta para acomodar a las horas pares y hacer de nuestra vida una completa muestra de puntualidad.
Me rompiste el corazón y no te lo he dicho nunca porque no me había parado a pensarlo, pero desde entonces no puedo llorar. No me sale ni una lágrima. Creo que estropeaste mi sensibilidad hasta el punto de no poder expresarla en mis ojos, en mi gesto, en el temblor de mi cuerpo. Recuerdo cuando lloraba, era tan natural y vulnerable que me sentía viva.
No entiendo que dos personas se conformen sólo con respirar cuando hay tanto por hacer… ya sabes eso de que “a veces el amor no es suficiente” Ya no tengo claro que podamos cumplir el mínimo requisito.
¿Sabes qué? No pienso volver, siempre he tenido una idea muy clara con esto del amor, pienso que el amor como la vida tiene una antítesis perfectamente estudiada sin la cual la otra no podría sobrevivir: el desamor o en el caso de la vida, la muerte. Sí, ya sabes, como el yin y el yang, el amanecer y el anochecer, en fin, dicen que todos moriremos algún día, de momento, en lo primero, yo acabo de aceptar mi destino. Hay cerveza en la nevera, ¿ya te lo he dicho? Recuerda que, al menos, yo no te fallé hasta el final.



"Entre mi amor y yo han de levantarse
Trescientas noches como trescientas paredes,

Y el mar será una magia entre nosotros.
    No habrá sino recuerdos.
    Oh tardes merecidas por la pena,
    Noches esperanzadas de mirarte,
    Campos de mi camino, firmamento
    Que estoy viendo y perdiendo.
    Definitiva como un mármol
    Entristecerá tu ausencia otras tardes."
Jorge Luis Borges



* Pintura de René Magritte, "Personal Values", 1951

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