Hola cariño:
Ya sabes que me
iba hoy para llegar a mi reunión de las seis a Madrid. Supongo que llegarás
tarde y como esta mañana te has ido tan temprano no nos hemos despedido. Te
dejo esta nota en la nevera porque sé que será el primer lugar que visites
cuando llegues. Sí, hay cerveza fría. Sólo un par de indicaciones: tiende la
ropa cuando acabe la lavadora, ya sabes que tienes la manía de hacerlo al día
siguiente y odio cómo quedan los pantalones. Te lo digo miles de veces y no me haces
caso. ¿Te acuerdas de aquel día que te lo avisé y asentiste con la cabeza como
si la cosa no fuera contigo?, concretando, ¿el día de aquella reunión tan
importante para mí? Fui con los pantalones hechos un trapo y no me digas por qué
pero creo que eso me dio mala suerte. Yo siempre estoy pendiente de las cosas
que te importan, ya ves, hay cerveza fría en la nevera. Dice tu madre que eres
así de despistado por naturaleza, pero no es verdad, porque cuando ella te
encarga algo siempre lo tienes a tiempo. No me malinterpretes, al menos adoro
que seas así con alguien.
Odio esa forma
natural de acomodarte a mis exigencias hasta el punto de no tenerlas en cuenta.
Y odio cuando dices que vas a hacer algo y no lo haces. Recuerdo el primer año
de novios, me dijiste que iríamos a París a celebrar tu nuevo trabajo y
disfrutar por unos días de algo de tiempo a solas, han pasado tres años y aún
no entiendo como el único tiempo de ocio para ti se basa en ver el fútbol con
tus amigos o recolocar esa colección de fotografías tan horribles que guardas
en el desván. Supongo que el acomodo no te deja ver lo que necesito, o que es
tu “forma natural de despiste”. La culpa es mía. Las mujeres tendemos a
echarnos la culpa de cosas a las que no encontramos explicación y finalmente
darles una explicación completamente superficial para justificar vuestras
carencias y, de paso, sentirnos un poco mejor. El primer día que me besaste supe
que todo iría bien, ¿recuerdas? en aquel banco debajo de casa de mis padres.
Pensé que nunca te atreverías a hacerlo, al día siguiente prometiste llamarme
pero tardaste cuatro días con sus cuatro interminables noches. Siempre pensé
que eso era típico de las mujeres y que lo hacíamos para marcar la distancia y
tener controlada la situación desde el principio. No me había dado cuenta hasta
hoy del poco valor que das a las cosas que importan. Que me importan. ¿Te
importo yo? Porque me entristece pensar que serías capaz de hacerme una foto y
colocarla junto a aquella colección dando por hecho que eso es lo mejor que te
podría pasar. Al fin y al cabo conservas alguna de tu ex novia, y en el fondo
no me importa porque me gusta pensar que forma parte de esas cosas horribles
que te gusta colgar en la pared.
No recuerdo
cual era la otra indicación que quería darte. A lo mejor me he extendido un
poco. Da igual, supongo que llegarás cansado y no leerás la mitad de las cosas
que te he escrito. Leerás “cerveza” y te saltarás las indicaciones de la
lavadora porque tienes una facilidad pasmosa para desconectar cuando algo no te
cuadra.
Esto es una
locura, pero ¿sabes que estoy pensando ahora mismo? Me rompiste el corazón el
día que no quisiste besarme delante de nuestros amigos. Cuando estábamos en
aquel restaurante y en un momento me acerqué a tu cara y la apartaste como si
todo aquello te pareciera un error, como si te incomodara casi tanto como a mí mis
pantalones arrugados. Ese día se rompió algo en mi interior que servía de
engranaje para los dos. Después de ese instante nuestro reloj ya sólo marcaba
las horas impares y entonces empezamos a perdernos la mitad de las cosas
buenas, de las que hacen falta para acomodar a las horas pares y hacer de
nuestra vida una completa muestra de puntualidad.
Me rompiste el
corazón y no te lo he dicho nunca porque no me había parado a pensarlo, pero
desde entonces no puedo llorar. No me sale ni una lágrima. Creo que estropeaste
mi sensibilidad hasta el punto de no poder expresarla en mis ojos, en mi gesto,
en el temblor de mi cuerpo. Recuerdo cuando lloraba, era tan natural y vulnerable
que me sentía viva.
No entiendo que
dos personas se conformen sólo con respirar cuando hay tanto por hacer… ya
sabes eso de que “a veces el amor no es suficiente” Ya no tengo claro que
podamos cumplir el mínimo requisito.
¿Sabes qué? No
pienso volver, siempre he tenido una idea muy clara con esto del amor, pienso
que el amor como la vida tiene una antítesis perfectamente estudiada sin la cual
la otra no podría sobrevivir: el desamor o en el caso de la vida, la muerte. Sí,
ya sabes, como el yin y el yang, el amanecer y el anochecer, en fin, dicen que
todos moriremos algún día, de momento, en lo primero, yo acabo de aceptar mi
destino. Hay cerveza en la nevera, ¿ya te lo he dicho? Recuerda que, al menos,
yo no te fallé hasta el final.
"Entre mi amor y yo han de levantarse
Trescientas noches como trescientas paredes,
Y el mar será una magia entre nosotros.
No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la pena,
Noches esperanzadas de mirarte,
Campos de mi camino, firmamento
Que estoy viendo y perdiendo.
Definitiva como un mármol
Entristecerá tu ausencia otras tardes."
Jorge Luis Borges
* Pintura de René Magritte, "Personal Values", 1951

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