jueves, 27 de febrero de 2014

Maniqueos

Tenemos la manía de hacernos daño, continuamente y gratis.
Tenemos la inmensa necesidad de experimentar la sensación del control, el poder y la manipulación consciente por encima de todo, aunque sea de la forma más inocente, casi adolescente...

Nos encanta hacernos daño. Pero cuando no sabes muy bien a que viene el juego del dolor es cuando planteas en tu mente la simple pregunta: ¿quién es el malo? quién es la persona que mueve los hilos en favor de tu malestar, en contra de tu sonrisa. Como en las buenas historias, descubrir al malo no es tarea fácil, a veces no llega hasta el final... ese momento de sorpresa y desagradable sensación de "no control". Contra esto yo tengo una ventaja: soy una gran lectora. 
Pero, aún leyendo entre líneas, desgranando todos los puntos y seguido, los aparte y las comas para coger aire... ¿qué pasa cuando baja el telón y se van todos los figurantes? ¿se abrirá el telón para ti de nuevo? ¿sonarán los aplausos llenando todo el espacio muerto? ¿O no habrá nadie en las butacas ya? Será solo espacio muerto, ¿eso y nada más?

Puede que se suba el telón por segunda vez y no haya nadie, que todo el mundo se haya ido porque no eras el actor principal, puede que nos hagan falta los figurantes para completar una historia con sentido.
El sentido de nuestro papel con el protagonista y antagonista mirándose frente a frente, dirimiendo de forma maniquea la doble visión que nos conforma.
Somos menos que nada, somos los malos, un mal necesario en el drama que es nuestra vida.


"¿Qué soy, después de todo, más que un
niño complacido con el sonido
de mi propio nombre? Lo repito una y otra
vez,
Me aparto para oírlo -y jamás me canso de
escucharlo.
También para ti tu nombre:
¿Pensaste que en tu nombre no había otra
cosa que más de dos o tres inflexiones?"
Walt Whitman 


* Pintura de Rene Magritte, The Pilgrim, 1966.

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