miércoles, 29 de enero de 2014

A mares

Me gusta llorar, un pequeño vicio confesable, sólo en estas líneas y sólo para vosotros.
Siempre hay que tener alguna pena en el alma. Pequeña, que no haga tanto daño como para no poder coger aire, que deje espacio a la esperanza y todo lo bueno que tenga que llegar. 
Una pena que despierta cuando escuchamos una canción que nos hace recordar a alguien que no está, que nos hace echar de menos lo que ya no va a volver, alguien a quien no supiste querer y ya jamás podrás, alguien que dio más por menos, o todo por nada. Errores que no tienen remedio, giros de un destino que no planeaste. Tragedias internas, explosiones vitales y demás catástrofes.
Penas que traen aromas de momentos imborrables, memorables, asumidas, almacenadas, capaces de cruzar tu rostro para arrancarte una sonrisa que nada tiene que ver con la realidad, que nadie más entiende.

                                               Un masoquismo dos veces consentido.  

Y lloras, lloras porque es la forma de respetar a tu magullado corazón, una reverencia de los párpados al fondo de tu ser, al ser superior. Una ofrenda y un alivio. 
Hay penas que no se van y no se van porque no queremos...  son nuestras astillas y están clavadas en nuestro corazón, porque es nuestro y de nadie más. El ego del dolor es más fuerte que el ego de la alegría. Podemos compartir alegrías, es universal, pero las penas son intransferibles. 
Canciones, frases, olores, el final de una película, imágenes, despiertan el vicio inconfesable de llorar.
¿No es el amor la mayor de las penas? lloramos por él en la alegría y en la tristeza. El amor es amor, venga de donde venga, se pierda y muera donde tenga que perderse y morir. 
La gratitud o el olvido imperdonable. 
El daño infringido sin pestañear, la pura maldad.

No podría vivir sin escuchar, ver o sentir algo que me recuerde una pena.
¿Imaginas no sentirte protagonista de la desgracia de un personaje de ficción? ¿no verte retratado en la letra de las canciones? ¿no pensar permanentemente en que no te quiso? ¿o en que te quiere tanto que la culpabilidad te hace mártir? ¿

El ego del dolor nos hace protagonistas indiscutibles de nuestra propia vida.

Deshacerme en pura humanidad, en cada gota...
                                               ... Lo hago a mares porque tengo cientos de astillas clavadas en el corazón.
Ella no lo entiende, me mira con incredulidad porque no puede llorar. Aunque juraría que en algún reflejo de nuestro cristal la he visto cerrar los ojos con fuerza... 

No lo entiende porque es nuestro corazón pero son mis penas...               



"Quizá fue una hecatombe de esperanzas
un derrumbe de algún modo previsto
ah pero mi tristeza solo tuvo un sentido

todas mis intuiciones se asomaron
para verme sufrir
y por cierto, me vieron (...)"
Mario Benedetti


* Pintura de René Magritte, "The face of the genious", 1926-27.

2 comentarios: