Lo peor de los últimos meses no era haber perdido
las entradas para el concierto del año, suspender más de la cuenta y quedarse
sin vacaciones en primavera o que el chico más tonto del colegio le hubiese
plantado aquel sábado, Mariana sabía que todo aquello no eran más que pequeñas
gotas dispersas que no hacían un vaso. Lo peor de aquel año eran las sesiones
de quimioterapia, los dolores y sollozos de las cuatro de la mañana, correr a
todos lados intentando llegar a todos los sitios. Lo peor de los últimos meses
era ver a su madre diciendo adiós sin irse.
Esto pensaba Mariana y así lo escribía noche tras
noche en el cuaderno interminable que le regaló su tío Luis. Siempre pensó que
un cuaderno, por muy bonito que fuera, no era más que eso, decenas de páginas
en blanco y, por lo tanto, sin ningún interés para ella. Parece que su tío Luis,
que la conocía desde que su primera palabra fuese `no`, sabía de ella más que
ella misma, como en un espejo con toda la claridad del mundo.
-
Lo
vas a necesitar Mariana, créeme, siempre necesitamos escribir cosas. Todo lo
que va al papel no se queda dentro y tú eres una adolescente insoportable,
tendrás mil chorradas que contar.
-
Tío
Luis, creo que nunca has sido joven, siempre he pensado que naciste así, calvo.
Luis se reía, pero no era una de esas risas a
carcajada limpia que resuenan en toda la habitación, de las que si duran un
buen rato obligan a asomar alguna lágrima en la cara porque ya no puedes aguantar
más, era de esas risas de lástima. Miraba a Mariana y mientras sonreía, con un
leve sonido que parecía de todo menos sincero, le acariciaba la cabeza con
lástima.
Mariana siempre había pensado que las cosas pasan
por una razón, se negaba a creer que en la vida hay que aceptar algo porque es
así y nadie tiene la culpa, suponía que las consecuencias se pagan o que el
karma viene a recordarnos que algo hemos hecho mal. Al fin y al cabo ella se rió
de aquel chico primero y, sin pensar que pudiera ocurrir, él se la devolvió; las entradas del concierto se
le pasaron por no haber sido más organizada y, quizás, por no haber utilizado
su cuaderno antes, y queda claro que las vacaciones de primavera se esfumaron
con sus cuatro suspensos.
Solo había algo que Mariana no podía entender, porqué
su madre debía pasar por algo que no se había merecido, era una mujer
estupenda, guapa, con estudios, sociable, ordenada con una pulcritud que rayaba
la obsesión, buena esposa y mejor madre, es decir, de esas mujeres que salen en
las películas, que lo tienen todo bajo control, enfundadas en un traje de
chaqueta impecable, un maletín y siempre invitadas a las mejores fiestas, era
además de esas a las que todo el mundo acude en busca de un consejo. Mariana
creía que quizás su madre no había hecho nada para merecerse tanto dolor y por
eso empezó a pensar que era culpa suya.
El no constante desde sus primeros balbuceos tendría
algo ver, pensaba. Rememoraba infinidad de meteduras de pata, de momentos
innecesarios que pudieran haber removido el karma de su madre y un montón de cosas
que por mucha hoja de papel no tenían solución a los dieciséis años.
Mientras tanto llegó de nuevo la primavera, después
de un invierno movido y una Navidad bastante triste las flores salieron otra
vez, los pájaros cantaron como siempre y los pantalones cortos asomaban ya en
las piernas de la gente.
Si todo vuelve a pasar, si las cosas se repiten una
y otra vez, ¿quería decir que todo ese sufrimiento de su madre se repetiría un
año más? ¿Qué ella volvería a cometer los mismo estúpidos errores que el año
pasado?
Estas preguntas sin respuesta se quedaron escritas,
ahí, al margen de la página que rezaba “primavera 2013”.
Lo que sí que parecía cambiar esta vez eran las vacaciones,
había suspendido dos y su madre, como haciendo caso omiso a la escasa sabiduría
comprobada de su hija, decidió que podía irse con sus tíos una semana. Serían
siete días diferentes, divertidos, alejados del drama. A Mariana, tras sopesar
y preguntarse una y otra vez, le pareció buena idea.
Faltaban pocas horas para marcharse y como buena
adolescente cargada de dudas, su maleta era una alegoría a la indecisión y el
caos.
-
Mariana,
¿estás realmente segura de que te hará falta ropa para el frío, el calor, la
playa, montaña y un montón de zapatos que es físicamente imposible que te puedas
poner en tan poco tiempo? Déjame que te ayude anda.
-
Mamá,
no te preocupes, quédate sentada y no sufras que creo que esto cierra si me
pongo encima.
Haciendo gestos de dolor y caras indescriptibles, a
sabiendas de que a su madre le divertían, había conseguido arrancarle una
carcajada. Estaba débil, últimamente había redoblado su medicación y el médico
había visitado la casa más de lo normal, pero su risa era tan limpia y sonora
como siempre.
-
Hazme
un favor y mientras yo arreglo un poco este desorden tráeme una caja de zapatos
azul que está encima del armario.
Mariana se extrañó, siempre había cotilleado a su
madre todos los rincones de la habitación, derrochado sus cremas y destrozado
algún que otro tacón al intentar crecer
demasiado rápido. Cogió la escalera de la galería, se subió y encontró la caja
azul entre varias colchas de invierno cuidadosamente dobladas y metidas en
grandes bolsas de plástico, cada una con una pegatina explicativa, claro está.
La caja azul estaba en el medio, no era muy grande
pero pesaba, le costó bajarla y casi se cae de la escalera. Con ella en las
manos y dejando la escalera en la habitación volvió a su cuarto. La maleta estaba
cerrada y no veía ropa en la cama.
-
¡Me
has quitado la mitad de las cosas!
-
Ni
hablar, están todas dentro pero dobladas hija, que es una cosa muy fácil que
puedes aprender a hacer en algún momento.
Mariana sonrió, sabía que era un pequeño reproche
por su desorden patológico pero estaba encantada sabiendo que ya no tenía que
intentar cerrar la maleta.
-
¿Es
esta caja verdad?
-
Si,
acércamela.
Abrió la caja y en ella había fotografías, algún que
otro collar desgastado, un par de cartas o tres, dos plumas, y como un paquete
envuelto que ocupaba el mayor espacio.
-
Tienes
que ver esto.
Mariana acercó su rostro al regazo de su madre, no
tenía mucha fuerza así que tuvo que acercarse bien para ver lo que estaba
desenvolviendo. Eran unos mocasines de piel preciosos, con la suela desgastada,
pero relucientes, de esos que se llevan ahora, pensó.
-¡Son muy bonitos!, ¿cómo no los había visto antes? los
habías escondido a posta, seguro.
- Mariana, estaban encima del armario porque siempre
he sabido que no te molestarías en coger la escalera.
Ambas rieron mientras observaban los zapatos. Eran
de su mismo número de pie, esperó a que su madre le dijese si podía probárselos
ya que estaba claro que eran muy importantes para ella.
-
¿Por
qué los tienes guardados entre tantas cosas?
-
Mariana,
estos zapatos me han acompañado durante toda mi vida. El primer día que me los
puse conocí a tu padre, fue un momento tan increíble que pensé que era cosa de
haber estrenado zapatos. Me los compré con mi primer sueldo echando una mano a
tu tío en verano. La segunda vez que los llevé fue el día que aprobé la
carrera, el mismo año, entonces recordé cuando fue la primera vez y pensé que
eran mis zapatos de la suerte. Con esa idea los llevé en mi primera entrevista
de trabajo, me cogieron a la primera y pensaba ¿se habrán fijado en los
zapatos? Los jubilé un tiempo porque ya no estaban de moda y los volví a sacar
en primavera, cuando estaba a punto de dar a luz porque eran cómodos y bueno
¡me daban suerte! Pensé que no debía desgastar más su magia porque a ti te
vendrían bien algún día.
-
¡Qué
genial mamá! Entonces ¿crees que de verdad te dieron suerte todas esas veces?
¿Qué tienen algo especial o alguna magia rara?, a lo mejor, si te los pusiese
ahora, estarías mejor…
-
No
Mariana, no dan suerte, no son mágicos, ni cambian las cosas, simplemente son
unos zapatos.
-
Pero
tú has dicho que gracias a los zapatos…
-
No
he dicho eso hija, los zapatos no significan nada, era demasiado joven para
darme cuenta cuando los guardé. Trabajé duro para poder comprarlos, estudié sin
parar para terminar la carrera y tuve mucha confianza en mí misma demostrando
lo que valía en esa entrevista.
-
¿Y
lo de papa? Como lo explicas, eso sí fue suerte.
-
Mariana,
lo de papá son cosas que pasan, él estaba allí y yo también, y ¡sí! también los
zapatos, pero nada más. Nosotros hicimos que todos estos años juntos fueran
maravillosos, no los zapatos. A veces las cosas pasan porque si.
-
¡Eso
no es cierto! las cosas pasan por una razón, sino ¿por qué estas así eh? ¿Por
qué estás sufriendo tanto cuando siempre te ha ido bien porque te lo has
merecido?
Mariana rompió a llorar, con rabia, y al contrario
de la risa lastimera de su tío, estas lágrimas resonaron en toda la estancia.
-
Cariño,
no llores. Tienes que entender lo que te digo. La suerte no existe, tú eres tu
suerte, la vida es lo que tú quieres que sea y otras cosas que no puedes controlar
ni prever. Debes dejar de decir no y empezar a aceptar lo que pasa, porque es
así y no merece la pena perder el tiempo buscando una explicación.
-
Tengo
miedo.
-
El
problema del miedo es que las cosas que nos asustan siempre van a estar ahí, y
no es malo, simplemente debemos aprender a convivir con ellas. De niña te daba
miedo la oscuridad, ahora no te importa, sé que te sigue dando miedo porque aún
utilizas esa lamparita al lado de la cama, que te he visto ¿sabes? Pero con
remedios o sin ellos tu miedo está ahí y el día que no tengas la lamparita simplemente
tendrás que aceptarlo y seguir adelante.
-
No
sé si te entiendo, pero supongo que tendrás razón, como siempre. ¿Puedo
quedarme los zapatos no?
-
¡Claro
que sí!, ¡ah! y recoge la escalera de mi habitación.
Mariana tenía que darse prisa porque sus tíos
vendrían a recogerla en pocos minutos. Metió los zapatos en el lateral de la
maleta, envueltos cuidadosamente en la tela azul.
Oyó el claxon del coche de Luis en la puerta, se
metió rápidamente al baño a peinarse y vio como su tío entraba en casa y susurrando
se despedía de su madre.
Los días que precedieron a ese instante fueron
buenos y tranquilos. La vuelta fue fugaz, tío Luis se había empeñado en salir
de madrugada, había recibido una llamada temprano y metió en el coche a Mariana
y a sus primos dormidos.
Al llegar a casa Mariana despertó, había muchos
coches en la puerta del garaje y reconoció el del médico de su madre. Salió del
coche desobedeciendo a su tío y entró en casa. Al grito de mamá apareció su padre
tras la puerta y la sujetó bien fuerte. Su expresión no podía significar otra
cosa, mamá había muerto.
-
¿Ella
sabía que le quedaba poco y me mandó de vacaciones verdad? Me mandó de
vacaciones habiendo suspendido, tenía que haberme dado cuenta. Me habéis
engañado y no he podido decirla adiós.
Mariana estalló en furia y llanto, apenas podía
mantenerse en pie y su padre no era capaz de controlarla. Volvió al coche,
recogió los mocasines de la maleta, se los puso y comenzó a caminar. Sabía que
ya nada sería como antes, solo caminó, intentando no buscar ninguna explicación,
huyendo de las excusas, de las expresiones lastimeras, alejándose de su niñez y
pensando en las hojas en blanco de su nuevo cuaderno.
"Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar"
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar"
Antonio Machado
Seguro que la primera crítica fue no buena, sino muy buena. No puede ser de otra forma! Delicioso y triste relato para leer y releer...
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ResponderEliminarMuchas gracias. Dicen que las segundas partes nunca fueron buenas, quiero pensar que las segundas lecturas sean, en verdad, deliciosas. Un saludo
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