domingo, 29 de diciembre de 2013

Una vida en sus zapatos

Lo peor de los últimos meses no era haber perdido las entradas para el concierto del año, suspender más de la cuenta y quedarse sin vacaciones en primavera o que el chico más tonto del colegio le hubiese plantado aquel sábado, Mariana sabía que todo aquello no eran más que pequeñas gotas dispersas que no hacían un vaso. Lo peor de aquel año eran las sesiones de quimioterapia, los dolores y sollozos de las cuatro de la mañana, correr a todos lados intentando llegar a todos los sitios. Lo peor de los últimos meses era ver a su madre diciendo adiós sin irse.
Esto pensaba Mariana y así lo escribía noche tras noche en el cuaderno interminable que le regaló su tío Luis. Siempre pensó que un cuaderno, por muy bonito que fuera, no era más que eso, decenas de páginas en blanco y, por lo tanto, sin ningún interés para ella. Parece que su tío Luis, que la conocía desde que su primera palabra fuese `no`, sabía de ella más que ella misma, como en un espejo con toda la claridad del mundo.
-          Lo vas a necesitar Mariana, créeme, siempre necesitamos escribir cosas. Todo lo que va al papel no se queda dentro y tú eres una adolescente insoportable, tendrás mil chorradas que contar.
-          Tío Luis, creo que nunca has sido joven, siempre he pensado que naciste así, calvo.
Luis se reía, pero no era una de esas risas a carcajada limpia que resuenan en toda la habitación, de las que si duran un buen rato obligan a asomar alguna lágrima en la cara porque ya no puedes aguantar más, era de esas risas de lástima. Miraba a Mariana y mientras sonreía, con un leve sonido que parecía de todo menos sincero, le acariciaba la cabeza con lástima.
Mariana siempre había pensado que las cosas pasan por una razón, se negaba a creer que en la vida hay que aceptar algo porque es así y nadie tiene la culpa, suponía que las consecuencias se pagan o que el karma viene a recordarnos que algo hemos hecho mal. Al fin y al cabo ella se rió de aquel chico primero y, sin pensar que pudiera ocurrir,  él se la devolvió; las entradas del concierto se le pasaron por no haber sido más organizada y, quizás, por no haber utilizado su cuaderno antes, y queda claro que las vacaciones de primavera se esfumaron con sus cuatro suspensos.
Solo había algo que Mariana no podía entender, porqué su madre debía pasar por algo que no se había merecido, era una mujer estupenda, guapa, con estudios, sociable, ordenada con una pulcritud que rayaba la obsesión, buena esposa y mejor madre, es decir, de esas mujeres que salen en las películas, que lo tienen todo bajo control, enfundadas en un traje de chaqueta impecable, un maletín y siempre invitadas a las mejores fiestas, era además de esas a las que todo el mundo acude en busca de un consejo. Mariana creía que quizás su madre no había hecho nada para merecerse tanto dolor y por eso empezó a pensar que era culpa suya.
El no constante desde sus primeros balbuceos tendría algo ver, pensaba. Rememoraba infinidad de meteduras de pata, de momentos innecesarios que pudieran haber removido el karma de su madre y un montón de cosas que por mucha hoja de papel no tenían solución a los dieciséis años.
Mientras tanto llegó de nuevo la primavera, después de un invierno movido y una Navidad bastante triste las flores salieron otra vez, los pájaros cantaron como siempre y los pantalones cortos asomaban ya en las piernas de la gente.
Si todo vuelve a pasar, si las cosas se repiten una y otra vez, ¿quería decir que todo ese sufrimiento de su madre se repetiría un año más? ¿Qué ella volvería a cometer los mismo estúpidos errores que el año pasado?
Estas preguntas sin respuesta se quedaron escritas, ahí, al margen de la página que rezaba “primavera 2013”.
Lo que sí que parecía cambiar esta vez eran las vacaciones, había suspendido dos y su madre, como haciendo caso omiso a la escasa sabiduría comprobada de su hija, decidió que podía irse con sus tíos una semana. Serían siete días diferentes, divertidos, alejados del drama. A Mariana, tras sopesar y preguntarse una y otra vez, le pareció buena idea.
Faltaban pocas horas para marcharse y como buena adolescente cargada de dudas, su maleta era una alegoría a la indecisión y el caos.
-          Mariana, ¿estás realmente segura de que te hará falta ropa para el frío, el calor, la playa, montaña y un montón de zapatos que es físicamente imposible que te puedas poner en tan poco tiempo? Déjame que te ayude anda.
-          Mamá, no te preocupes, quédate sentada y no sufras que creo que esto cierra si me pongo encima.
Haciendo gestos de dolor y caras indescriptibles, a sabiendas de que a su madre le divertían, había conseguido arrancarle una carcajada. Estaba débil, últimamente había redoblado su medicación y el médico había visitado la casa más de lo normal, pero su risa era tan limpia y sonora como siempre.
-          Hazme un favor y mientras yo arreglo un poco este desorden tráeme una caja de zapatos azul que está encima del armario.
Mariana se extrañó, siempre había cotilleado a su madre todos los rincones de la habitación, derrochado sus cremas y destrozado algún  que otro tacón al intentar crecer demasiado rápido. Cogió la escalera de la galería, se subió y encontró la caja azul entre varias colchas de invierno cuidadosamente dobladas y metidas en grandes bolsas de plástico, cada una con una pegatina explicativa, claro está.
La caja azul estaba en el medio, no era muy grande pero pesaba, le costó bajarla y casi se cae de la escalera. Con ella en las manos y dejando la escalera en la habitación volvió a su cuarto. La maleta estaba cerrada y no veía ropa en la cama.
-          ¡Me has quitado la mitad de las cosas!
-          Ni hablar, están todas dentro pero dobladas hija, que es una cosa muy fácil que puedes aprender a hacer en algún momento.
Mariana sonrió, sabía que era un pequeño reproche por su desorden patológico pero estaba encantada sabiendo que ya no tenía que intentar cerrar la maleta.
-          ¿Es esta caja verdad?
-          Si, acércamela.
Abrió la caja y en ella había fotografías, algún que otro collar desgastado, un par de cartas o tres, dos plumas, y como un paquete envuelto que ocupaba el mayor espacio.
-          Tienes que ver esto.
Mariana acercó su rostro al regazo de su madre, no tenía mucha fuerza así que tuvo que acercarse bien para ver lo que estaba desenvolviendo. Eran unos mocasines de piel preciosos, con la suela desgastada, pero relucientes, de esos que se llevan ahora, pensó.
-¡Son muy bonitos!, ¿cómo no los había visto antes? los habías escondido a posta, seguro.
- Mariana, estaban encima del armario porque siempre he sabido que no te molestarías en coger la escalera.
Ambas rieron mientras observaban los zapatos. Eran de su mismo número de pie, esperó a que su madre le dijese si podía probárselos ya que estaba claro que eran muy importantes para ella.
-          ¿Por qué los tienes guardados entre tantas cosas?
-          Mariana, estos zapatos me han acompañado durante toda mi vida. El primer día que me los puse conocí a tu padre, fue un momento tan increíble que pensé que era cosa de haber estrenado zapatos. Me los compré con mi primer sueldo echando una mano a tu tío en verano. La segunda vez que los llevé fue el día que aprobé la carrera, el mismo año, entonces recordé cuando fue la primera vez y pensé que eran mis zapatos de la suerte. Con esa idea los llevé en mi primera entrevista de trabajo, me cogieron a la primera y pensaba ¿se habrán fijado en los zapatos? Los jubilé un tiempo porque ya no estaban de moda y los volví a sacar en primavera, cuando estaba a punto de dar a luz porque eran cómodos y bueno ¡me daban suerte! Pensé que no debía desgastar más su magia porque a ti te vendrían bien algún día.
-          ¡Qué genial mamá! Entonces ¿crees que de verdad te dieron suerte todas esas veces? ¿Qué tienen algo especial o alguna magia rara?, a lo mejor, si te los pusiese ahora, estarías mejor…
-          No Mariana, no dan suerte, no son mágicos, ni cambian las cosas, simplemente son unos zapatos.
-          Pero tú has dicho que gracias a los zapatos…
-          No he dicho eso hija, los zapatos no significan nada, era demasiado joven para darme cuenta cuando los guardé. Trabajé duro para poder comprarlos, estudié sin parar para terminar la carrera y tuve mucha confianza en mí misma demostrando lo que valía en esa entrevista.
-          ¿Y lo de papa? Como lo explicas, eso sí fue suerte.
-          Mariana, lo de papá son cosas que pasan, él estaba allí y yo también, y ¡sí! también los zapatos, pero nada más. Nosotros hicimos que todos estos años juntos fueran maravillosos, no los zapatos. A veces las cosas pasan porque si.
-          ¡Eso no es cierto! las cosas pasan por una razón, sino ¿por qué estas así eh? ¿Por qué estás sufriendo tanto cuando siempre te ha ido bien porque te lo has merecido?
Mariana rompió a llorar, con rabia, y al contrario de la risa lastimera de su tío, estas lágrimas resonaron en toda la estancia.
-          Cariño, no llores. Tienes que entender lo que te digo. La suerte no existe, tú eres tu suerte, la vida es lo que tú quieres que sea y otras cosas que no puedes controlar ni prever. Debes dejar de decir no y empezar a aceptar lo que pasa, porque es así y no merece la pena perder el tiempo buscando una explicación.
-          Tengo miedo.
-          El problema del miedo es que las cosas que nos asustan siempre van a estar ahí, y no es malo, simplemente debemos aprender a convivir con ellas. De niña te daba miedo la oscuridad, ahora no te importa, sé que te sigue dando miedo porque aún utilizas esa lamparita al lado de la cama, que te he visto ¿sabes? Pero con remedios o sin ellos tu miedo está ahí y el día que no tengas la lamparita simplemente tendrás que aceptarlo y seguir adelante.
-          No sé si te entiendo, pero supongo que tendrás razón, como siempre. ¿Puedo quedarme los zapatos no?
-          ¡Claro que sí!, ¡ah! y recoge la escalera de mi habitación.
Mariana tenía que darse prisa porque sus tíos vendrían a recogerla en pocos minutos. Metió los zapatos en el lateral de la maleta, envueltos cuidadosamente en la tela azul.
Oyó el claxon del coche de Luis en la puerta, se metió rápidamente al baño a peinarse y vio como su tío entraba en casa y susurrando se despedía de su madre.
Los días que precedieron a ese instante fueron buenos y tranquilos. La vuelta fue fugaz, tío Luis se había empeñado en salir de madrugada, había recibido una llamada temprano y metió en el coche a Mariana y a sus primos dormidos.
Al llegar a casa Mariana despertó, había muchos coches en la puerta del garaje y reconoció el del médico de su madre. Salió del coche desobedeciendo a su tío y entró en casa. Al grito de mamá apareció su padre tras la puerta y la sujetó bien fuerte. Su expresión no podía significar otra cosa, mamá había muerto.
-          ¿Ella sabía que le quedaba poco y me mandó de vacaciones verdad? Me mandó de vacaciones habiendo suspendido, tenía que haberme dado cuenta. Me habéis engañado y no he podido decirla adiós.

Mariana estalló en furia y llanto, apenas podía mantenerse en pie y su padre no era capaz de controlarla. Volvió al coche, recogió los mocasines de la maleta, se los puso y comenzó a caminar. Sabía que ya nada sería como antes, solo caminó, intentando no buscar ninguna explicación, huyendo de las excusas, de las expresiones lastimeras, alejándose de su niñez y pensando en las hojas en blanco de su nuevo cuaderno.

"Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar"

Antonio Machado




*Vincent Van Gogh, "A Pair of Shoes", 1886.

3 comentarios:

  1. Seguro que la primera crítica fue no buena, sino muy buena. No puede ser de otra forma! Delicioso y triste relato para leer y releer...

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  3. Muchas gracias. Dicen que las segundas partes nunca fueron buenas, quiero pensar que las segundas lecturas sean, en verdad, deliciosas. Un saludo

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