martes, 8 de mayo de 2012

El primero


2º premio del concurso de relatos cortos de la Universidad Europea Miguel de Cervantes. Bajo el tema: "Solidaridad intergeneracional y envejecimiento activo"
 
Evaristo era uno de esos chavales inquietos  por vivir, saltarines a tiempo completo, soñadores de día, vigilantes  de la noche. En la más dulce efervescencia de la juventud tenía dos cosas claras: no dejar de correr y ser más rápido que nadie. Si bien parecían dos cosas muy similares eran del todo distintas para Evaristo. Cuando bajaba al terreno con su padre tenía que ser más rápido que nadie, acabar temprano para ser el primero en marcharse a casa, lavarse y bajar al bar con los amigos; no dejar de correr respondía a una inquietud bien aprendida que su abuelo materno se había encargado de enseñarle: “para llegar el primero o para huir cuando sea necesario no dejes de correr”, y eso hacia Evaristo, no dejar de correr. Emiliana y las de la trasera, como llamaba su madre al altavoz popular formado por las ancianas de la plaza, siempre exclamaban aquello de: ¡Evaristo hijo te vas a romper la crisma!, a lo que Evaristo contestaba: ¡Que va, siempre me dicen ustedes lo mismo!
Sabía Evaristo lo que era llegar el primero cuando un 23 de abril llegó al terreno con la primera luz del alba, a sabiendas de que si alguien había más rápido que él ese era su padre. Entró en el cobertizo y los aperos estaban allí, intactos, colocados como la jornada anterior, se extrañó entonces y se acercó al pozo. Allí, inerte, arropado por el dulce vaivén de las espigas estaba su padre, no respiraba y sin embargo sonreía, el sol le bañaba la cara y esa fue la última vez que le vio.
Como Evaristo era el primero de cinco hermanos fue el primero en leer el testamento, en asumir su futuro y en madurar de repente. Los años que sucedieron a este día se cuentan por cosechas, siembras y fiestas patronales, alguna maratón popular, la hija del alcalde, tres hijos sanos y kilómetros y kilómetros de tierra recorrida a la carrera, siendo el más rápido ya de la región.
Por ser capricho o desdén de la vida, un 23 de abril Evaristo llegó al terreno, sonriente, de camino al pozo que fue la última visión de su padre. Llevaba las flores de todos los años, las que años atrás y cada 365 días depositaba su madre junto a aquel lugar. Las espigas parecían las mismas que entonces, doradas y altivas entre un manto amarillo y tupido, que más parece manta de invierno que campo en primavera. Depositó las flores y echó a andar camino al cobertizo, estaba cansado, además esa noche tenía cena en la casa de Víctor y su última esposa, fruto de una noche de fiesta mal administrada y de la repentina huída a la ciudad de la novia de toda la vida. Mientras pensaba en la noche que le esperaba y rememoraba las aventuras de su amigo Víctor, oyó unos disparos lejanos, provenían sin duda del coto de caza que lindaba con sus tierras, le ponía los pelos de punta aquello, si su padre levantase la cabeza no lo consentiría. El coto estaba demasiado cerca del cobertizo y cuando se abría la veda les prohibía a los chicos bajar. Oyó un disparo cercano y entonces lo notó, un calor abrasador en su pierna derecha le hizo arrodillarse bruscamente, el horror vino cuando la sangre cubrió el amarillo de las espigas y después no pudo ver nada más, negro y sombras, gris total.
La vida de Evaristo no fue igual en los 30 años posteriores, el dorado sol de sus retinas se tornó en sombría monotonía acompañado de una chirriante silla de ruedas que apenas veía la calle. La ventana del salón su visión del mundo, siempre desde la misma perspectiva y así un año encima de otro, convirtiendo su vida en una cuesta insalvable y tediosa.
Rebuscando en las viejas cajas del desván Evaristo encontró algo que creía haber olvidado hace muchos años, su cuaderno con todas las pastas cubiertas con aquella frase: “para llegar el primero o para huir cuando sea necesario no dejes de correr”. Las lágrimas no le dejaron leer más y como si de una inyección de vida se tratase Evaristo se levantó de la silla, su lesión no le había impedido del todo, fue su tristeza la que no le dejaba andar. Primero fueron unos tímidos pasos, después largos paseos hasta el pozo, al año siguiente, como si de un milagro se tratase, Evaristo corría como si no hubiese pasado el tiempo ni una bala hubiese roto los últimos 30 años. Ya no era Emiliana y las de la trasera, ahora los chavales le gritaban: “Evaristo estás loco, te vas a romper la cadera”, él sonreía y contestaba: “para llegar el primero o para huir cuando sea necesario no dejes de correr”. Algunos niños le seguían donde fuera, aunque no tuviera un rumbo fijo. Los pocos años restantes de la vida de Evaristo hicieron que su historia sea tan grande como el camino recorrido en toda su existencia. Dedicó su tiempo a los ancianos impedidos y enseñó a los niños a correr, los chavales ayudaban a los más mayores y se retaban entre ellos a largas carreras. De vez en cuando se organizaban maratones populares en las que Evaristo siempre era el más rápido. Cuentan las del altavoz popular que nunca se vio en la región muestra tal de superación y perseverancia, cuando un chico corre por las calles del pueblo se dice: “otro Evaristo” con una media sonrisa que hace recordar a aquel que siempre fue el más rápido, que siempre llegó el primero.

2 comentarios:

  1. Segundo premio? Una vez más creo que debería haber sido "el primero". (jaja) ENHORABUENA!!! ;)

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  2. http://www.youtube.com/watch?v=WKAvf3YBKQ0

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