miércoles, 26 de junio de 2019

Decálogo

Se amontonan las cajas, como la vida, en un rincón, escogido con minuciosa temeridad.
Ya van diez veces en el intento de vivir cómodamente en cuatro paredes y este cuerpo. Dos continentes que encierran exactamente la misma tribulación... un montón de libros desordenados, no leídos, anhelados, y una mente bañada en caos, como una ciclógenesis explosiva que desordena y baña nuestras playas preferidas al final del verano. Que ya es verano, joder.. otra vez.

Se amontonan los recuerdos, los que nunca abandonamos, esos que no se pierden cuando cierras la puerta por última vez. Unas perchas, un cepillo, algo de menaje y sin duda alguna prenda en el fondo del fondo de un armario, todo eso se queda, pero la memoria se va en la última vuelta de la llave. Se va en la caja más pesada, la que reza `frágil`, la última en acomodarse en el maletero de un amigo piadoso.

Arde la memoria como en una noche de San Juan, con sus 365 dias posteriores, vividos, consumados y consumidos por igual.

Si, se me amontona la vida, año a año, cambio a cambio, como una pira de ventajas e inconvenientes y su cerilla, o esa lista terrorífica de pros y contras que sirve para jugar al despiste...  mientras suena la música tomamos la decisión más incorrecta y no por ello la menos deseada.

Dejo un poco de mi en el 42 y se va otro pedazo más al norte, bien custodiado en tu sonrisa, a reposar en vientos nuevos. Pero nunca dejamos de ser lo que somos, a donde vayamos, nunca nos perdemos del todo. Volverán los momentos que nos den paz y con ellos nuevas cajas y rincones, nuevos recuerdos imborrables cada vez. Te lo prometo, me convenzo mirando al espejo y a tu reflejo por penúltima vez, esto también pasará.

De momento, sin desembalar, voy haciendo hueco en las estanterías, mis viejos libros piden su espacio y mis nuevos recuerdos merecen un lugar privilegiado. Ha de caberme todo, es imprescindible, no quiero tener que elegir, ya no. ¡Ah! y he de procurar un hueco a mi decálogo, con la esperanza de aprender algo, lo colocaré en lo más alto, entre Cortázar y el verano pasado.

Al tiempo, al cielo, al viento, a ti... sobre todo a ti...       gracias.



Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose solapados a la cosa en sí, al presente puro, entristeciéndonos o aleccionándonos vicariamente hasta que el propio ser se vuelve vicario, la cara que mira hacia atrás abre grandes los ojos, la verdadera cara se borra poco a poco como en las viejas fotos y Jano es de golpe cualquiera de nosotros. Todo esto se lo voy diciendo a Crevel pero es con la Maga que hablo, ahora que estamos tan lejos. Y no le hablo con las palabras que sólo han servido para no entendernos, ahora que ya es tarde empiezo a elegir otras, las de ella, las envueltas en eso que ella comprende y que no tiene nombre, auras y tensiones que crispan el aire entre dos cuerpos y llenan de polvo de oro una habitación o un verso. ¿Pero no hemos vivido así todo el tiempo, lacerándonos dulcemente? No, no hemos vivido así, ella hubiera querido pero una vez más yo volví a sentar el falso orden que disimula el caos, a fingir que me entregaba a una vida profunda de la que sólo tocaba el agua terrible con la punta de pie. Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impuso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es un orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas.
Extracto del capítulo 21 de Rayuela. JULIO CORTÁZAR 


 * Pintura de Rene Magritte

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