martes, 11 de diciembre de 2018

El olvido acordado

Me recordaste una tarde de otoño, jugando a las estaciones y los secretos.
Me recordaste como era, nostálgica, vanidosa, pasional y muy Ohara, muy como son las cosas cuando no tienen retorno posible, que no tienen remedio, como la muerte y el amor, como una canción eterna sonando en cualquier rincón de un bar perdido de la rutina.
Me confesaste que el olvido es una tarea de gigantes y que cada uno lo lleva como puede, recostándose en brazos de un quizás, de la culpa o de la costumbre, de un futuro buscado a lomos de la esperanza, plagado de incertidumbre y de aromas prestados.
Me prometiste algo que jamás podremos cumplir, el olvido acordado, el reloj que se debe parar donde empezó todo y donde nada acaba, un eterno retorno para el que no estamos preparados, una rueda que no para de girar porque nos puede la inercia, porque nos lleva la prisa, porque nos gana y nos pierde la ilusión.
Me regalaste un minuto de gloria y en mis palabras va la gratitud de un momento, el que nunca tendremos, en el fondo... pero en el fondo, el que nunca se irá.
Me mataste un momento, morí en ese instante y todo lo demás, es amarillo y luz que lo llena todo, que acapara mi alma, que es amarillo y que siempre es luz.


(...)El ángel de servicio
saldrá a colgar la luna
de un clavo vespertino.
Será tarde. Si acaso
no te han guardado sitio,
dile a Gabriel Arcángel
que te preste su nido
que estás en el más frondoso
árbol del paraíso.
Murió la Marisela,
pero aún queda un lino.

Gabriel Garcia Marquez

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