Un epicentro congelado que protege un universo inalcanzable. Ahí donde me muevo como pez en el agua, entre todo aquel resplandor que no me deja ver porque no quiero. Cierro los ojos para que no me consuma a cada instante.
¿Y mis manos? Caprichosas y pueriles se abren y se cierran sobre esa luz, cómo si ellas pudieran entender esa inmaterialidad...
Un amarillo envenenado, penetrante que lo ilumina y confunde todo. Un veneno buscado que suma a las ganas de perder.
Si pudieras comprender lo que veo cuando me miras...
¿Y si sueño? si estuvieras consciente y despierto cuando te sueño...
Si te ardiese la garganta cuando le grito al mismo puto cielo.
Verás, no es necesario que entiendas nada, esta luz me da una segunda oportunidad, a pesar de ti.
"Abril venía, lleno
todo de flores amarillas:
amarillo el arroyo,
amarillo el vallado, la colina,
el cementerio de los niños,
el huerto aquel donde el amor vivía.
El sol unjía de amarillo el mundo,
con sus luces caídas;
¡ay, por los lirios áureos,
el agua de oro, tibia;
las amarillas mariposas
sobre las rosas amarillas!
Guirnaldas amarillas escalaban
los árboles; el día
era una gracia perfumada de oro,
en un dorado despertar de vida.
Entre los huesos de los muertos,
abría Dios sus manos amarillas"
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
* Rene Magritte, La ventana, 1925.
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