domingo, 30 de agosto de 2015

Once

Hay algo en el dolor que entiende, que asume y a lo que se doblega.
Cuando llega le hace una reverencia tan pronunciada que siente el frío del mármol en los labios. 
No se puede mover.
Su cuerpo es tan frágil, es tan dúctil... 
Se le seca la boca al contacto con la piedra.
Es como la impresión enorme que causa encontrar a un viejo amigo que no esperas, que creías muerto, olvidado... una amistad irreconciliable por tantas y tantas desavenencias...
El dolor...
Respira cada once segundos, como si eso fuera a arreglarlo todo.
Cada once segundos exactamente pensando que eso la salvará.

Desde ahí, con el pie de la desazón en la nuca, repleta de la rigidez estipulada por el tiempo reglamentario, echa un vistazo hacia arriba desde el límite de la mirada y lo ve.
Se resquebraja mínimamente la rigidez, da la bienvenida a su viejo amigo con alivio y sin remedio, desde bien abajo... y recuerda que un día tuvo un mapa para volver pero en la mudanza de corazón ha perdido la primera página.

                       ¿Qué sabe nadie?
                        Esta vez habrá que empezar por el final.



"Con qué tersa dulzura

me levanta del lecho en que soñaba
profundas plantaciones perfumadas,
me pasea los dedos por la piel y me dibuja
en el espacio, en vilo, hasta que el beso
se posa curvo y recurrente
para que a fuego lento empiece
la danza cadenciosa de la hoguera
tejiédose en ráfagas, en hélices,
ir y venir de un huracán de humo-
(¿Por qué, después,
lo que queda de mí
es sólo un anegarse entre las cenizas
sin un adiós, sin nada más que el gesto
de liberar las manos ?)"


JULIO CORTÁZAR

*Pintura de Picasso, Desnudo, 1902.

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