Intentaba enumerar los días que había estado allí,
contando el primero, cuando las personas eran también en blanco y negro, y ahora
el último con un cierre inminente, con una fiesta y un reconocimiento. El cine
del pueblo cerraba sus puertas. Las grandes salas de la ciudad, a menos de 30
minutos de distancia eran unas duras competidoras para este pequeño proyector
de sueños que sumaba por décadas sus historias. Antonio nunca pensó en esto y
así parecía mientras colocaba minuciosamente las últimas películas proyectadas
en abril. Comenzaba ahora el inventario para la donación de estas cintas a la
Casa de la Cultura. Antonio pensaba que no existía mejor forma de mostrar el
arte del cine que reproduciéndolo, quieto en una estantería parecía que también
se consideraba arte. Imágenes congeladas dentro de un carrete. Absurdamente estático.
Últimamente se había dedicado a los actores
fallecidos, sus últimos pases rememoraban películas de los grandes del cine
americano que iban desapareciendo del mapa uno a uno. Lo había titulado
“Inmortales”, puesto que si bien los personajes son imperecederos, los actores
que los representan también. Para Antonio siempre existía una razón
transcendental a todas las cosas, explicaciones cargadas de poesía, decía su
mujer, -demasiada poesía- repetía mientras entornaba los ojos en señal de
reprobación.
El último pase sería ese sábado, el cine estaría
abierto para todo el pueblo, autoridades locales, algún periodista de la zona y
grandes amigos. Le otorgarían la medalla de la localidad por la contribución a
la cultura. No estaba especialmente orgulloso, Antonio creía que cuando uno
hace lo que le gusta no significa ningún mérito. Así lo aprendió de su
antecesor, un anciano sin familia que le cuidaba las tardes mientras sus padres
trabajaban. Le dejaban en la trastienda del cine y ayudaba a colocar y enrollar
películas, no hablaban mucho pero nunca olvidó las dos frases que repetía constantemente
aquel buen hombre: “Ava Gardner es el
animal más bello del mundo, ese apodo se lo puse yo el último verano que estuvo
en España pero todo el mundo te dirá que estoy loco” y también lo de: “cuando creas que el cine no puede sorprenderte dale una oportunidad a
aquella cinta a la que nunca dedicarías tres minutos”. Repetía esas
sentencias una y otra vez, murió pocos años después, cuando Antonio contaba con
17 años y la experiencia suficiente para hacerse cargo de aquel lugar.
-
Antonio,
recuerda que el acto se celebra a las 19:00 horas del sábado, hemos pensado que
después puedes poner la última proyección, la que tú elijas.
-
Lo
pensaré, buscaré algo inolvidable entonces. Gracias.
Colgó el teléfono con los dedos temblorosos, ya no
distinguía la emoción de los efectos secundarios de la vejez. Una última vez…
No pudo dormir las dos noches siguientes, su cabeza
era un continuo rollo de película que se proyectaba rapidísimo, como si de una
comedia se tratase.
Se encerró en la madrugada del tercer día con el
inventario de películas que existían desde el inicio de aquel cine. Repasó
títulos pensando en qué podría entusiasmarle a la gente, a niños y mayores, a
cinéfilos y simples mortales. Y recordó la frase de su mentor “cuando creas que el cine no puede
sorprenderte dale una oportunidad a aquella cinta a la que nunca dedicarías
tres minutos”. Antonio había sido muy especial en sus elecciones, de hecho
había desechado decenas de películas por no verse del todo bien, por no tener
una temática atractiva o simplemente por títulos inexpresivos o duraciones
exageradas. Recordó la dichosa caja y su manía de no tirar nada. Siempre había
defendido que desprenderse de las cosas de forma física es un gesto muy feo hacia las personas que lo
crearon, las que volcaron su interés e ilusión en construir una idea. Recordaba
la expresión de su mujer al hablar de este tema y sonreía.
Allí estaba la caja, debajo del cementerio de
butacas pendientes de reparación. Algo de humedad la había alcanzado y las
esquinas estaban carcomidas, esperaba que no todo se hubiera estropeado. La
abrió con la misma ilusión de cuando era niño y preguntaba aquello de: ¿somos todos grises mamá? Como las películas,
y si somos grises porque me veo los zapatos azules.
De las que se habían salvado a la humedad, títulos
decepcionantes: “Vacaciones en familia”, “El arte del remo”, “Animales bellos”,
“Veinte maneras de cocinar bacalao”, cinco cintas sin nombre y un sinfín de
rollo de película ajado y descolorido.
Quiso darle una oportunidad a “Animales bellos”, un
documental antiguo de corta duración podía ser agradable para los asistentes,
mejor que “El arte del remo”. Puso el rollo a proyectar, sólo sonido de agua,
como de las olas llegando a la orilla de una playa, se abrió por fin la imagen.
Si, era una playa y una mujer caminando a lo lejos con un sombrero inmenso y un
bonito vestido hasta los pies. Llevaba las sandalias en la mano y jugaba con el
devenir de las débiles olas. El título no podía estar bien. En ese momento una
voz familiar, relatando la escena, como una voz en off que solo podía salir de
la cabeza de Antonio, ¡era el viejo loco que le enseñó todo lo que sabía sobre
el cine! Imposible, pero increíblemente cierto cuando apareció en la pantalla.
-
Antonio,
me alegro de que le hayas dado una oportunidad a esta vieja cinta sobre
animales bellos. Ya sabes que el cine nunca dejará de sorprenderte si tu
quieres. Entiendo que has llegado al final de tu camino. Quiero que conozcas a
alguien.
La cámara se acercaba lentamente a aquella mujer del
sombrero, ella saludaba con la mano y sonreía con una sonrisa que no era de
este mundo. Antonio casi se cae de la butaca, era Ava Gardner y le estaba
guiñando un ojo.
-
Ya
te dije que el apodo se lo puse yo. Eras muy pequeño para entenderlo. Ahora no
tengas miedo, es la magia del cine. Al final del camino todos podemos ser
inmortales y vivir eternamente en blanco y negro. Los recuerdos no se borran,
nada se olvida, solo cambia de color…
A medida que la luz que indicaba que la proyección
estaba en marcha se iba debilitando los párpados de Antonio iban cediendo. Una
sonrisa se le dibujó lenta y plácidamente en la boca y pensó en Ava y en un
nuevo viaje y todo se tornó deliciosamente gris…
"Aquí
en esta orilla blanca
del lecho donde duermes
estoy al borde mismo
de tu sueño. Si diera
un paso mas, caerla
en sus ondas, rompiéndolo
como un cristal. Me sube
el calor de tu sueño
hasta el rostro. Tu hálito
te mide la andadura
del soñar: va despacio.
Un soplo alterno, leve
me entrega ese tesoro
exactamente: el ritmo
de tu vivir soñando.
Miro. Veo la estofa
de que está hecho tu sueño.
La tienes sobre el cuerpo
como coraza ingrávida.
Te cerca de respeto.
A tu virgen te vuelves
toda entera, desnuda,
cuando te vas al sueño.
En la orilla se paran
las ansias y los besos:
esperan, ya sin prisa,
a que abriendo los ojos
renuncies a tu ser (...)
en esta orilla blanca
del lecho donde duermes
estoy al borde mismo
de tu sueño. Si diera
un paso mas, caerla
en sus ondas, rompiéndolo
como un cristal. Me sube
el calor de tu sueño
hasta el rostro. Tu hálito
te mide la andadura
del soñar: va despacio.
Un soplo alterno, leve
me entrega ese tesoro
exactamente: el ritmo
de tu vivir soñando.
Miro. Veo la estofa
de que está hecho tu sueño.
La tienes sobre el cuerpo
como coraza ingrávida.
Te cerca de respeto.
A tu virgen te vuelves
toda entera, desnuda,
cuando te vas al sueño.
En la orilla se paran
las ansias y los besos:
esperan, ya sin prisa,
a que abriendo los ojos
renuncies a tu ser (...)
LUIS CERNUDA
* Pintura de Vladimir Kush
Es -o era- un relato para un concurso.
ResponderEliminarEra era querido amigo, tu olfato literario no tiene límites :)
ResponderEliminarGracias por leer