miércoles, 7 de agosto de 2013

1996



La casualidad -o algo más banal- quiso que te conociese aquella calurosa tarde de 1996, y digo que tuve suerte porque de todas las personas que podías haberte encontrado por el camino fui yo el que te derramó la copa encima de la blusa.
Como en una película, titubeé, tartamudeé, sentía frío aunque el termómetro rezaba 35 grados, me mordí la lengua dos veces intentando decir “lo siento” y continué haciendo el ridículo más espantoso con eso de “así también te queda bien”
Nunca olvidaré tu mirada, ardiente de furia y espanto, tenías el gesto asesino pero tus labios eran tan dulces que tu “¿eres imbécil?” me sonó a canto celestial. Sí, como en las películas, coros de ángeles descendiendo de nubes que se desparraman dejando paso a una luz cegadora y todo lo que eso significa, en un lenguaje coloquial y menos barroco: me enamoré como un tonto.
Los años que sucedieron a ese momento han sido tranquilos, los celos se aprenden a dominar cuando en cada encuentro anual aparecías con un “caballero” diferente del brazo. Estoy acostumbrado y he de decirte que es divertido, ver cómo según pasan los años tus capturas eran cada vez más jóvenes.
A veces se escuchaban los cuchicheos habituales de las que no envejecen tan bien, resentidas envidiosas que matarían por engominar a esos jóvenes galanes tan solo una vez. Arpías de las de aparentar, devoradas por el maquillaje y adoradoras de las desgracias ajenas. Esas que eran tus amigas.

Hasta aquí, bien. Una vez al año todo esto se domina, pero cuando tuve que verte más a menudo no todo eran miradas furtivas, sonrojos y minutos de tensión, ya era otra cosa…




(...) "Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien 
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; 
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina 
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, 
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu 
como leños perdidos que el mar anega o levanta 
libremente, con la libertad del amor, 
la única libertad que me exalta, 
la única libertad por que muero. 
Tú justificas mi existencia: 
si no te conozco, no he vivido; 
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido"
Luis Cernuda




* Pintura sin título, Salvador Dalí, 1937.

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