Gotas de sudor resbalando en las sombras. Luces discontinuas en las curvas del cuerpo. Claros en la piel, luna en los ojos, miedo en el reloj. Manecillas que se burlan del tiempo y se detienen a capricho. Saliva lenta, jugosa y dañina. Dientes, furia, labios y monosílabos. La garganta atropellándose en cada intento.
La coreografía de una pequeña muerte acompasada por un renacer constante, continuo, repetitivo... Una vez y otra más... Y otra vez.
Como agua que brota, borbotones de frescura, salpicaduras de placer.
El espíritu se eleva y desde arriba todo lo ve. Ve la conquista, noble batalla en que el vencedor se deja vencer, cambian las expectativas e incluso es mejor perder.
El engaño de los sentidos recorre la espalda dejando huellas del sabor, el gusto de su tacto.
Párpados que no aciertan a abrirse al aroma del momento. Imágenes que de ser vistas a la memoria debieran arder. El azar entra en juego, lenta su decisión, entretenida la espera. La mente juega a no pensar, con las reglas que un día escribió ahora no sabe que hacer.
El juicio y la curiosidad se encuentran frente a frente en las curvas de los pies.

Y, como sepulcros, divanes hondísimos
E insólitas flores sobre las consolas
Que estallaron, nuestras, en cielos más cálidos.
Avivando al límite postreros ardores
Serán dos antorchas ambos corazones
Que, indistintas luces, se reflejarán
En nuestras dos almas, un día gemelas.
Y, en fin, una tarde rosa y azul místico,
Intercambiaremos un solo relámpago
Igual a un sollozo grávido de adioses.
Y más tarde, un Ángel, entreabriendo puertas
Vendrá a reanimar, fiel y jubiloso,
Los turbios espejos y las muertas llamas"
Charles Baudelaire
Monosílabos... ¡Bien!
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