Trece y sal

Nunca he cruzado los dedos, ni he evitado pasar por debajo de una escalera abierta, he destrozado algún que otro espejo y adoro los gatos negros. 

Abro la ventana cuando hay tormenta para sentirme más segura bajo las sábanas. Me atrae peligrosamente el resplador dulce y anaranjado del fuego en las velas y creo poderosamente que el trece es un número mágico y portador de una suerte maravillosa. Recuerdo kilos de sal derramada.

Mi inocente picardía me ha impulsado a abrir algún que otro paragüas dentro de una estancia. No me santiguo al montar en un trasporte ni al visitar un templo bañado de santidad en todas sus monumentales esquinas.

Camino sorteando las grietas del suelo por diversión y cuento todo lo que sea contable, desde los ladrillos de una pared hasta los lunares de tu espalda.

Me entristecen las mañanas y me desvelan los atardecederes, cargados de un romanticismo que, en ocasiones, harían recapacitar a la mismísima Sra Woolf. 

Hay horas en las que siento muy dentro de mi que no hay nada en qué creer y algo, en alguna parte, que no veo, no huelo, no puedo tocar ni saborear, me dice muy bajito que no se puede vivir sin creer... sin temer.

Ciertamente creo que en realidad soy temerosa de la vida que pasa y me deja atrás, nos deja tras de sí con una sonrisa burlona que a veces duele, a veces reconforta.

Sí creo en mí, y en poder adelantarla alguna vez, creo en mis manías, estúpidas manías que contradicen a lo que yo entiendo que es la mayoría, engrosando así otra mayoría enorme que desconozco, y eso sí me da miedo, ser corriente y temer, como los demás. 

"Tengo miedo de todo el mundo,
del agua fría, de la muerte.
Soy como todos los mortales,
inaplazable. Por eso en estos cortos días
no voy a tomarlos en cuenta,
voy a abrirme y voy a encerrarme
con mi más pérfido enemigo,
Pablo Neruda"

Pablo Neruda