lunes, 5 de septiembre de 2011

En tarros de cristal.

UN día junté mis manos, las junté en forma de cuenco y las llené de arena. Todo el mundo sabe que la arena se escapa entre los dedos, que es iluso pensar que permanecerá mucho tiempo, o que podrás retenerla lo suficiente. A mi no me importó, porque su sensación era cálida y agradable, sencilla y suave. Alguna vez, algunos días sentí que unos minúsculos granitos de arena se resbalaban por mis dedos, entonces apretaba más fuerte las manos, una junto a la otra para no dejarlos escapar.
Sabía que la única solución para mantener toda la arena sin derramarla continuamente era guardarla en algún recipiente, frío, distante y común... vulgar y simple, tan simple como todos los recipientes. Yo solo quería tocarla en mis manos, sentirla a mi manera sin pensar en el tiempo que tardaría hasta derramarse por completo.
Entonces comenzaron a dolerme las manos. Apretaba día y noche las palmas y juntaba más los dedos con la esperanza de no perder todo.

Ahora contemplo impasible los últimos granitos de arena en el suelo, no puedo recogerlos, son muy pequeños...
Miro a todos aquellos que tienen, cada uno, su tarro de cristal, algunos tienen dos... recipientes vulgares y fríos, monótonos. Todos tienen un monótono tarro de cristal lleno de arena y de vez en cuando pueden tocarla y disfrutar su tacto, sentir su peso y calidez.
Envidio esos tarros de cristal, ahora me parecen brillantes y especiales. A penas puedo creer que, una vez, la arena más fina y delicada rozó mis manos...

Mi madre me dijo una vez : "tienes que aprender a vivir"

Quedaban algunos esparcidos por el suelo, pero esto no va de vencedores ni vencidos ... ... perdió el amor... y el viento hizo el resto.




* No hay cuadro de Magritte para acompañar esto, supongo que él si supo preservar su arena.

3 comentarios:

  1. De niño tuve dos globos de feria. Uno voló a lo alto del cielo cuando el delgado hilo escapó entre mis dedos. El otro languideció y terminó desinflado, posado en el techo de mi habitación. Y aprendí: lo importante es tener manos.

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  2. El suave cosquilleo de las pequeñas partículas rozando cada centímetro de mis manos provoca un reacción instantánea, el bello se eriza hasta querer escapar de la piel y nadar junto al arroyo al que me llevan los sentidos. Nada como saborear el efímero paso del placer. Ni siquiera contemplar el escalofrío evita su magnetismo...

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